Far too good looking to do the cooking...

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Thursday, November 30, 2006

"Only connect..."*

“Only connect the prose and the passion”

"Howars end"- E. M Foster


Era una de esas primeras tardes de primavera de Buenos Aires. Me hallaba sentada sobre el pasto mientras una idea, de esas bastantes persistentes, rondaba en mi cabeza. Con el correr de los minutos, el sol fue cambiando de lugar y el árbol que suspendía su copa sobre mi cabeza me fue dejando a la nada simpática intemperie y amenazada por los rayos solares. Decidí que si no quería que mis escasa ideas se derritieran con el calor lo mejor sería cambiar de lugar.
Dando varios pasos hacia atrás, alejándome de la orilla del lago, mi visión se nubló hasta que la superficie y el agua se superponían. Todo comenzó a confundirse y mezclarse. La gente que pasaba corriendo, del otro lado del parque, parecía estar trotando sobre un puente. Porque se movían pero no cambiaban de lugar, no a avanzaban, entonces la situación se volvía confusa. Los que hacían abdominales sobre el césped parecían estar flotando en la superficie del agua. En un plano mucho más surrealista, visto boca a arriba desde el pasto, y subiendo mis manos como queriendo tocar las escasas nubes que había, mis brazos, por lo largos que son, se podían mezclar con las ramas de los árboles.
Entonces, me puse a pensar hasta qué punto las cosas pueden cambiar de lugar y confundirse. Y cómo es que pueden llegar a parecer una sola cosa.
Para poner un ejemplo, a veces me resulta increíble que podamos recordar los nombres de nuestros cuatro mejores amigos, diez compañeros de trabajo, compañeros de la facultad y familiares sin confundirlos. Sin asociar la voz de uno, con la cara de otro, sin mezclar los recuerdos y los enojos.
A menudo la vista y la memoria me han jugado malas pasadas. Históricamente he sido muy mala para recordar los nombres, tanto que cada vez que conozco a alguien nuevo le aclaro que en menos de un minuto voy a olvidarlo.
Los horarios y fechas tampoco son mi especialidad, he llegado a leer que tenia turno para el médico en cierto día pero confundir la hora diecisiete con el día diecisiete y por consiguiente perder el turno. Esto último, me ha hecho experta en sufrir humillaciones varias de recepcionistas y secretarias del rubro.
A veces me consuela la certeza de saber que no soy la única. Conozco mucha gente, como yo, a quienes a cada minuto les aumenta las probabilidades de olvidarse el bolso en algún destino que difícilmente recodarán luego.
Todos coincidimos en un punto: con los casos repetidos uno empieza a buscar razones en donde la razón no cabe. Echamos una mano a la (siempre útil en estos casos) teoría psicologista, y decimos que si perdimos las llaves era porque no queríamos volver o si nos olvidamos algo en un lugar es porque no nos queríamos ir.
Y por experiencia propia digo que a veces, aunque quizás por obra del azar, coincide. Por ejemplo, mis últimas vacaciones en la costa fueron tan horribles que el día que me fui, después de hacer las valijas, yo estaba segura de que no me olvidaba nada, lo cual es rarísimo en mí.
El punto aquí sería si aquel ente invisible denominado inconsciente actúa en nosotros o nosotros actuamos en función de él usándolo como excusa. Sí, pobre inconsciente, sin duda uno de los descubrimientos más provechosos de la humanidad ( y de los bolsillos de los psicólogos) y yo lo reduje a mera excusa.
Un tema aparte sería la “sugestión”. Es interesante ese control que tenemos sobre nosotros mismos como para imaginar que nos sentimos mal y que eso suceda. Entonces, no sería tan descabellado imaginar que perdemos las llaves porque alguna razón inconsciente y que eso suceda. Aunque, mi teoría se refuta en el hecho de que al imaginarlo esa razón deja de ser inconsciente y se convierte en excusa.
La hipótesis de mis padres dice que simplemente “no presto atención” y que “siempre estoy pensando en otra cosa”. Se trata de la variante más conocida de esa famosa patología popular llamada ”cabeza de novio o enamorada”. Y, aunque no están tan equivocados, ante ellos prefiero subjetivar a la memoria, antes que atribuirme una falta de atención que ponga dudas sobre mi capacidad intelectual.
Algunos psicólogos me han hablado de una falta de conexión con el mundo exterior. Y yo me inclino más hacia esa suposición. Soy parte de un todo pero a veces se me hace difícil conectarlo. Ahora que lo puedo observar, quizás sea poco como este parque. Claro, es que un parque es ese lugar que está dentro de la ciudad que es parte, y sobre todo pulmón, pero paradójicamente, no se conecta con el resto. Sería una especie de ciudadela dentro de la misma ciudad. No sólo por poseer habitantes que le son propios, sino porque sus calles empiezan y terminan dentro de sí. Se podría decir, en una analogía lingüística, que no existe una metonimia con el mundo exterior en un parque.
A riesgo de sonar una analogía demasiado extrema, podría corroborar que ciertas veces me siento un poco así como dentro y fuera al mismo tiempo, del mismo contexto.
A veces pienso que cada persona sería un mini mundo, dentro del gran mundo que habita, y se puede hacer difícil prestar atención constante a todo lo que a uno lo rodea.
Quizás no sea conexión lo que me haga falta. Tal vez baste con una simple aproximación diferente a las cosas. Algo parecido a lo que habla Georges Perec en su ensayo “¿Aproximación a que?”: “Describa su calle. Describa la otra. Compare. Haga el inventario de sus bolsillos, de su bolso Interróguese sobre el lugar de donde provienen, el uso del devenir de cada uno de los objetos que saca de ahí...”.
Observar el detalle, pero no por un simple hecho de aferrase a lo material, sino para no perder contacto con el exterior, que luego se manifiesta en las pérdidas y los olvidos cotidianos como síntomas. Intentar ver mas allá de lo que podemos ver y de lo que quieren que veamos. Indagar lo que hay por debajo de la superficie para no perdernos como si fuéramos objetos de una sociedad distraída.

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