Far too good looking to do the cooking...

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Wednesday, February 25, 2009

Soy autora de innumerables obras.


Hace un par de días empecé a leer una biografía de Lord Byron que compré en la Avenida de Mayo algunos años atrás. Recuerdo que estaba haciendo una monografía sobre romanticismo y la encontré de pura casualidad en una librería de usados al módico precio dos pesos. Supongo que es una edición de 1935 – 39 porque adentro del libro me encontré con un detalle bastante pintoresco: un presupuesto de “compañía de seguros la agrícola” con unas notas hechas en lápiz y diversas fechas. Este tipo de sorpresas son las cosas que me encanta de los libros usados y por las cuales soy capaz de soportar la textura raída de las páginas, el color depresivamente amorronado y los estornudos que me generan el olor a humedad mezclada con polvo al pasar cada páginas.

El punto es que la ser una edición tan vieja tiene una especie de veda en cuanto a la vida sexual de Byron. Evidentemente un biógrafo de principios del sigo anterior no podía explicitar las variadas aventuras amatorias del escritor.

De todas maneras, este detalle se vuelve totalmente inocuo cuando se tiene un mente tan corroída como la mía. Por más que el biógrafo esconda y disimule, no puede evitar que yo en cada escena de la vida del escritor me imagine mucho más de lo que lo esta explícitamente descrito en el libro. Que reacción tendría el señor (que presumo muerto) si supiera que durante la narración de las peripecias del viaje de Byron a Albania, en donde se enfermo considerablemente y los 50 guardias que el príncipe había puesto a su servicio amenazaron al medico de muerte si este no lo curaba, yo imagine una suerte de detrás de escena exacerbadamente homosexual y sádico del por qué de tan apasionada consideración más allá de su “inigualable carisma”.

Me di cuenta que recién ahora que, después de varios años y mucha paciencia, llegué descubrir exactamente donde empieza lo mágico de la lectura. Y creo que es cuando el monopolio del escritor sobre el sentido de la obra se desvanece y surgen disparadores desde la propia personalidad de uno, de sus inquietudes y sus certezas, que le dan la forma final, personal y única del interpretante a cada relato.

Descubrí que no importa cuan cerrada sea la interpretación que quieran que tengamos un escrito, siempre se puede leer de las diversas maneras que queramos. Esto hace que un libro no sólo sea la expresión del autor sino que también el lector se apropia del mismo y lo enriquece al punto de convertirse en coautor o, en cierto modo, hasta podría reivindicar una posición como autor original de su propia versión de la obra.

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